viernes, 21 de marzo de 2014

Hiromi. Crónica de un día cualquiera.


8:30 de la mañana. Jueves.

Suena el móvil y Fidel, con voz de ultratumba comenta: "-¿Has leído ya el correo que te envié?". A la mitad entre la tarea de freír un huevo y dejar sonar la tetera para el café, evidentemente no había leído nada.   "-Hiromi no alcanzó a tomar su vuelo. Saldrá de Seattle en el siguiente que encuentre". Y el concierto era esa misma noche.

Tenía mucho tiempo que había querido trabajar con ella. Sabía que no había tocado nunca en México y las corazonadas, parte fundamental de la enloquecida dinámica de esta industria, me decían que sería un acierto que viniera. Así que nos pusimos a la tarea de buscarla y convencerla para que formara parte de la serie de conciertos con los que el Lunario celebraría sus primeros 10 años de vida.

10:00 am. Fidel de nuevo.
"-Anthony (Jackson) y Simon (Phillips) sí se subieron al avión. Llegan en punto de las 13:30. Pero el problema es que Hiromi no tomó el vuelo. Tocaron anoche en Seattle y no dejaron que Anthony subiera su 'Counter Bass Guitar' -instrumento inventado por él mismo- al avión, así que ella se quedó a arreglar el asunto con todo y el bajo y (pensamos que) sale en un vuelo vía Atlanta para después llegar acá". La parte de la frase que más me preocupó fue el "Pensamos qué..."

El vuelo de Seattle a Atlanta toma 5 horas. Sumemos 2 horas más por cambio de horario, 7. Un par de horas más para cambiar de avión para la Ciudad de México y 3 horas con 15 minutos de vuelo de Atlanta para acá. "-Estimamos que llegue a las 18:30-" dice un nada sosegado Fidel que buscaba mantener la calma aún a pesar suyo. Lo imaginaba frenético; casi tanto como Hiromi transformándose al frente de un piano.

Por simple aritmética, mis cálculos (y también lo renales) me decían que dadas las circunstancias, tenía que pensar en un pequeño discurso para dirigirme a los 500 asistentes que esperábamos para esa noche, y agradecer que en Lunario no se sirviera nada con naranjas, para que no me las tiraran a la cabeza.

La llamada llegó alrededor de las 10:30. "-Ya tomó el vuelo a Atlanta- decía Fidel -pero puso un correo que su maleta salió antes, y que no trae ropa ni maquillaje".

El día transcurría normal (claro, cómo no) y junta tras junta se fueron consumiendo las horas de angustia y las palabras de mi discurso para referirme al respetable no llegaban a la cabeza.

15:30 horas. Fidel de nuevo.
"-Anthony y Simon ya llegaron. Ella ya tomó el vuelo a México, pero ellos están agotados. Parece que la altura de la ciudad (2,240 metros sobre el nivel del mar) les ha afectado. Y necesitamos un #@¢$%& aparatejo para el bajo de Anthony que ella trae en su maleta-".

Ok. Así, o más complicado.

Natalia en los almacenes en búsqueda frenética de un atuendo para la artista; Laura, a cargo de la maquillista; Isaías, con su avezado instinto de RRPP en el aeropuerto para sacarla rápido con Fidel,  y yo... es jueves y me toca comer con la Diabla. Eso sí, con el móvil en la mano en todo momento.

19:40 horas.
"-Ya estamos aquí".
Por fin. Hiromi de buen talante pero evidentemente cansada por el viaje. Agradecida por las viandas y los atuendos y maquillajes. Hace un pequeño souncheck y aprueba el piano y el audio de la sala para después retirarse a descansar un poco al término del ensayo.

20:30 horas.
Simon decide ir al hotel a bañarse. El concierto es a las 21:00 horas. Menuda hora para tomar decisiones.

21:07 horas.
Simon está de vuelta. Se agradece su puntualidad cuasi británica. Comienzan a escucharse algunos silbidos inconformes en la sala. Me angustio.

21:17 horas.
Comienza la primera de un par de noches inolvidables, donde estalla el virtuosismo y la luz de la música llena una sala que después de dos horas de concierto se entrega por completo a Hiromi y a sus acompañantes en una ovación de pie.

23:30 horas.
Fidel me manda al carajo cuando le pregunto si se habían quitado las fundas de los sillones del camerino. Merecemos todos un descanso después de un día cualquiera. Lo hemos logrado. Y lo mejor: no tuve que preparar ningún discursillo con palabras que nunca llegaron para explicar al respetable lo que había sucedido.