sábado, 29 de noviembre de 2014

Love of Lesbian: crónica de una rabia (o todo es culpa de Varona).


Hay rabias que ni con una botella de malta; o de mezcal. Pero todas las rabias tienen una historia. 

Mientras escribo estas líneas, termina el que imagino ha sido un inolvidable concierto de Love of Lesbian en el Teatro Metropólitan de la Ciudad de México. Y yo en casa. Y me jode. Y mucho. 

En una charla en camerinos del Lunario con Pancho Varona, previa a una de sus presentaciones de Noches Sabineras al lado de Antonio García de Diego, comentábamos cuáles eran las agrupaciones españolas actuales que considerábamos más destacadas, y entre ellas mencionamos Love of Lesbian. Emocionado y sorprendido, el Comandante Varona sugirió que deberían venir a México a tocar en directo y en Lunario, con lo cual estuve totalmente de acuerdo. Vehemente e impredecible como es, el tocayo nos puso en contacto enseguida a Julián Saldarriaga, a Jose de Ceballos -manager del grupo- y a un servidor para que lo que había nacido en una charla se hiciera realidad. 

Allí comenzó la aventura. Era febrero del año 2012. 

Durante meses, Jose y yo intercambiamos correos, observamos fechas, condiciones atmosféricas, rutas de viaje, hábitos alimenticios y finalmente logramos coincidir en que Love of Lesbian viniera a México a tocar. Pero diversas viscicitudes hicieron que llegaran primero no a Lunario, sino al Festival Vive Latino del año 2013. La primera experiencia mexicana de la banda resultó apoteósica. Que quede claro: todo lo iniciaron Varona y Julián. Cúlpesele a ellos, señor juez. 

Honrando un "pacto entre caballeros" (Sabina dixit) -donde debo decir que el único caballero ha sido él y no yo- Jose de Ceballos concretó de nuevo una fecha para ese mismo año en Lunario. El viernes 27 de septiembre, el Lunario del Auditorio Nacional de la Ciudad de México fue testigo de uno de los conciertos más inolvidables con localidades agotadas, de una de las bandas más propositivas de la actualidad española. 

Hagamos ahora un pequeño paréntesis. 

Lucía es una chica de 10 años que va al colegio y hace ballet 4 días a la semana. Es fan a rabiar de Mecano, de Rosana, de Placebo y se duerme escuchando La Flauta Mágica de Mozart y por las mañanas gusta de emular a la Reina de la Noche mientras intenta cantar el aria de esa ópera que es el reto más grande para cualquier soprano. Devora libros como boquerones, es admiradora declarada de la narrativa de Edgar Alan Poe y últimamente ha viajado  un poco más por Lovecraft. Sí. Tiene una particular predilección por los textos de terror. Vamos, una mujer de principios que además, tiene el muy cuestionable gusto de pasar algunos días con su padre, es decir, yo. En pocas palabras, la mujer de mi vida. 

Mientras coquetea con la idea de ser astrónoma o diseñadora gráfica, escucha igual la séptima de Beethoven y los nocturnos de Chopin, los discos de Big Time Rush y asiste a conciertos de Katy Perry,  -"Pero dedicarme a conciertos, nada, papá"-. Más claro, ni el agua.  

Cerremos el paréntesis. 

Hará un par de semanas que Jose escribió. Estarían en Gudalajara en el Teatro Estudio Cavaret, sala hermanada con Lunario por muchas razones y que María Luisa Meléndrez lleva con particular devoción. Después, Ciudad de México al Metropólitan, a cerrar con un incuestionable sold out

Un viernes cualquiera habría comenzado con las habituales juntas, llamadas, revisión cuentas personales por pagar de fin de mes y con la mirada puesta en el fin de semana. Vamos, cualquier cosa. Pero uno no cuenta con que se muera Chespirito, con que le pidan información determinada y muy específica que lleva tiempo compilar, con que es viernes y con que Lucía decida que es buena época para pasar un tiempo con su padre. 

Y es viernes... 

Jose llama al móvil alrededor de las 7 de la noche. -Te esperamos- dice -y te dejo tu entrada en la taquilla del teatro. Será un concierto de casi 3 horas-. 

La siguiente secuencia transcurre en minutos. 

Hago llamadas, cierro todo, dejo la oficina y paso a recoger a una Lucía que ha pasado el día pegada a sus propios mocos y a la que trato de persuadir con todas mis argucias disponibles de ir al Teatro Metropólitan, aún a pesar de verle la cara cansada y constipada. Le digo, -¡es Love of Lesbian y tenemos que ir!-. 

No hay poder humano. Ni siquiera invocar poderes alternos lo habrían logrado. 

Y la rabia subía de tono. 

Derrotado, mascullando mi desgracia y ya en casa, escribo a Julián y a Jose para advertirles que me sería imposible llegar. Todo trayecto en la Ciudad de México toma una media de 40 minutos. Pero además, no había forma. El padre derrotó al fan. 

Duermo a Lucía con una nueva versión de la Flauta Mágica que conseguí gracias a un amigo melómano mientras leemos el Gran Libro de los Misterios con cuentos de Daniel Defoe.  Decido que es tiempo de poner en blanco y negro la impotencia de no haber podido llegar al concierto de Love of Lesbian hoy en la ciudad de México, al tiempo que trato de mitigar la rabia de la desilusión debatiéndome entre una malta o un mezcal; Escocia vs México. Este encuentro lo ganó Escocia.

Comienzo a teclear y alguien me escribe. Es Jose.






Afortunadamente, sé que tendremos Love of Lesbian para rato. Pero la rabia de hoy no se quita con nada. Ni siquiera ahogándola en Escocia.