martes, 21 de diciembre de 2010

El eterno retorno del acetato como arte-objeto.

Poca gente sabe o recuerda en la actualidad, que los acetatos de vinilo dobles venían impresos de la siguiente forma: el disco 1, tenía impresa la cara A y la cara D, mientras que el disco 2 tenía impresas las caras B y C. Esa fue una de mis primeras sorpresas cuando compré, allá por 1980, la primera versión de "Quadrophenia" de The Who.

La razón, aunque aparentemente ilógica, respondía a una cuestión de mecánica: los aparatos reproductores tenían al centro un poste en el que se ponía el disco 1 abajo y arriba, a la espera de caer, el disco 2. De esta forma, se podían escuchar el lado A y B de corrido sin interrupción, para dar después la vuelta a ambos acetatos al mismo tiempo para escuchar los lados C y D de igual forma.

En 1988, el precio del disco Stay on these roads de la banda noruega fenómeno de la época a-ha, en edición nacional era de $11,883.00 pesos, adquirido en la Comercial Mexicana. Pero entonces, todos sabíamos que la impresión de los discos en México era de muy mala calidad y en el mercado cambiario, cada disco tenía diferentes valores dependiento de su origen y edición.


La Meca del intercambio de acetatos era precisamente el tianguis del Museo del Chopo, donde los índices cambiarios estaban perfectamente establecidos, y las negociaciones observaban variables como el estado del acetato, su origen, antigüedad, la banda, las rarezas, el interés del comprador y las ganas del vendedor de hacerse con algo más.

Todos sabíamos que los mejores discos eran los japoneses. Después estaban los alemanes; en tercer lugar los ingleses, los italianos, los americanos y, por último, los mexicanos. Y la diferencia era abismal. En ocasiones, era necesario entregar 3 discos editados en México para poder hacerse de uno de Le Orme impreso en Japón, o dos americanos y uno mexicano por uno alemán de Focus, esperando siempre que el que tuviera el disco de nuestro interés encontrara algo atractivo en nuestro atado de acetatos que cada sábado cargábamos hasta el metro Revolución.

Con la aparición del CD y de los nuevos formatos digitales, el cuidado de los discos pasó a un segundo plano. Las portadas diseñadas por Roger Dean o Storm Thorgerson de Hipgnosis, el genio de Pink Floyd y Catherine Wheel ya no tuvieron sentido.

La primera edición de Thick as a Brick de Jethro Tull con un periódico completo en su interior dejó de ser cool; lo cool se convirtió en la acumulación de horas de música, muchas veces aglutinada sin orden alguno en listas de reproducción.

Pero el acetato ha visto su regreso tímido pero triunfal. Poco a poco ha ido ganando adeptos, y aquellos arrumbados vinilos y herrumbrosas portadas se han comenzado a desempolvar para revalorar -sólo por parte de los melómanos- el arte-objeto que es un vinilo bien diseñado y de lo que las discográficas en desgracia se han olvidando.

La calidad del audio puede ser discutible; la calidad del momento de escuchar un LP bien cuidado en un buen aparato y disfrutar de todo el arte que le arropa es simplemente insustituible.