En muchas ocasiones me he -y me han- preguntado qué es lo que está mal en el país. Esas preguntas se le deben hacer a los oráculos, a los videntes o a los chamanes, pero nunca a los políticos; los ciudadanos comunes y corrientes tenemos otras formas de ver las cosas.
Pero después de ver cómo saludaron los "boy scouts -grupo paradigma del buen comportamiento de ultraderechas- a la primera dama de esta tan vejada nación en Ciudad Juárez la semana pasada (¿"Cómo se grita en Juárez? ¡Todos al suelo!") un pensamiento hizo presa de mi ya de por sí atribulado ser y me puso a reflexionar en lo que he enfrentado durante los últimos cinco años, justo la edad de mi hija Lucía, y a quien a diario debo explicarle los cada vez más frecuentes y complicados por qués de la vida.
En más de una ocasión he hecho una encuesta entre conocidos con hijos. Mi encuesta consta de una sola pregunta a los padres cuando se habla de esquemas educativos, que dicho sea de paso, todos son teoría; la única escuela real es la vida.
La pregunta que hago siempre a los progenitores es la siguiente: ¿Ustedes qué les dicen a sus hijos cuando éstos les preguntan si los policías son buenos?. En 7 de cada 10 casos -y he hecho mucha veces esta encuesta- la respuesta es inmediada: se tienen que cuidar de ellos.
El problema es de origen. Me explico. Estos niños de Juárez, ciudad que me consta ha hecho hasta lo imposible por hacer volver la vida a ella y no la muerte, son parte de este origen que ahora se construye y que tiene que ver con la encuesta que llevo a cabo. En 20 años, la formación actual de estos niños se convertirá en un presente perpetuo, al igual que la respuesta de los padres que enseñan a sus hijos a no confiar en la policía.
No defiendo a las corporaciones de seguridad del país; defiendo el hecho del derecho al desencanto.
Ante la pregunta de Lucía, después de mucho pensarlo mi respuesta fue: "La policía es buena, y cada vez que te encuentres a uno de ellos, le debes decir 'buenos días, oficial'". Muchos se preguntarán por qué. Muy sencillo. No tengo derecho a desencantar a mi hija de las instituciones. La base de las instituciones -hasta el más lerdo lo sabe- son los ciudadanos, y la factura de un posterior "sospechosismo" (Santiago creel dixit) no la quiero pagar yo. Ya tendrá tiempo ella de ir desencantándose con una realidad apabullante, pero yo no tengo por qué inculcarle un descrédito a las autoridades a priori. Eso sería hacerme el sepuku. Ustedes comprenden.
Es evidente que la falta de confianza en las instituciones -mencionen una sola en la que puedan ustedes confiar- trasmina de padres a hijos, de maestros a pupilos y de "buenos" a "malos", y termina por decantarse en una formación en donde sólamente el más fuerte, el desconfiado, el que está preparado no para avanzar, sino para que nadie abuse de él o ella, avanzará.
(Ejemplo de ello son los contratos legales. En México, los contratos están elaborados bajo una retórica que busca evitar que pasen cosas; protegerse, y de paso, si algo sale bien, adelante. En otros países como Estados Unidos o el Reino Unido, los contratos son elementos que únicamente salen a relucir en caso de llegar a un juicio. Existen acuerdos de muchas décadas no escritos -Wagoon Lits y Thomas Cook, por ejemplo- en que no existe a la fecha un contrato en papel que avale la sociedad de ambas compañías.)
Pero uno es lo que mama. Puedo ser un irresponsable por hacer lo que hago, pero intrínsecamente el ser humano es bueno por naturaleza. Con el tiempo y la experiencia desarrollamos ciertas naturalezas que nos permiten adaptarnos al entorno. Pero tenemos que vivirlas.
Si por principio enseñamos a desconfiar, a vivir tirándonos al suelo como medio de supervivencia ante una posible balacera, a erradicar o minar cualquier tipo de respeto por la autoridad, es seguro -no probable- que el país que dejaremos no será mejor.
Y no hablemos ahora de nuestro querido y bienamado SNTE, base de la estructura educativa de este país. Elba Esther merece un punto y aparte.
Espacio lúdico, crítico, críptico e inmortal, hasta que la tecnología decida lo contrario.
jueves, 29 de julio de 2010
domingo, 25 de julio de 2010
Cuando la ceguera de taller nos alcance
Ante la desaceleración del ánimo nacional, retumba en el inconciente la permanente referencia a la ceguera de taller, ese terminajo acuñado para definir todo aquello de lo que estamos rodeados y que ya no miramos porque es parte del paisaje cotidiano.
Esta ceguera de taller, esta autoindulgencia que abarrota la estantería de los comentarios más a la mano sobre política nacional enferma al más plantado.
(Nota al pie de página que decidió invadir el texto: La idea inicial de esta publicación era, principalmente, comenzar a escribir sobre música, cine, algo de ocio y negocio, pero es imposible abstraerse a una realidad social inobjetablemente evidente y que escupe a la cara la necesidad ética de abordarlo).
La ingobernabilidad no es tampoco un lugar común. Eso nos lo han hecho saber los medios de comunicación, que por estar el término tan sobado y repasado por las diversas aguas de la opinión termina por diluirse en el océano de adjetivos que actualmente pueblan la deleznable política informativa de nuestro país y la súmamente pobre calidad periódistica con rigor que la situación requiere.
Como "pornografía de la pobreza" calificaba el lunes pasado Bob Geldof -a la sazón artífice del esfuerzo que en 1984 comenzó con una canción (Do they know it's christmas) para terminar conviriténdose en un movimiento de carácter mundial símbolo de una generación- la irresponsabilidad de aquellos medios que se vanaglorian de retrarar en sus primeras páginas los estragos de pueblos olvidados por las civilizaciones con el único fin de vender más ejemplares, en la charla que sostuviera en el Lunario del Auditorio Nacioal con José Areán.
Podría darse en llamar en nuestro caso la "pornografía del asesinato y ajusticiamiento"? Es probable.
Todos recordamos aquel atentado contra las torres gemelas del WTC, que acabó con los símbolos que sintetizaban el predominio mundial del modelo económico y social de Estados Unidos, y la consecuente cara de estupefacción de su presidente en turno, George W. Bush cuando, en una reunión con estudiantes de primaria -donde él era el más atrasado sin duda alguna- le avisaron que un avión se había estrellado contra las torres gemelas.
Nadie duda de la (in)capacidad de Bush -ni si quiera los norteamiericanos- para enfrentar estos asuntos y las subsecuentes versiones de aquellos aviones que se habían estrellado en el Pentágono y en Filadelfia y de los cuales no vimos fotorafías, pero que desataron de nuevo una larga lista de teorías de la conspiración dignas de Mulder y Scully para X-Files.
Pero un acierto es inobjetable y admirable en la sociedad norteamericana: el consenso sobre el no mostrar muertos en pantalla o fotografías. No se trató de una imposición gubernamental; fue un acuerdo intermediático que buscó (y logró) proteger a una población para no arrebatarle el sentido de la dignidad y su propia capacidad de asombro.
La caía de las torres era ya de por sí un sacudimiento lo suficientemente trágico como para aderezarlo aún más con escenas de decenas de muertos.
La pregunta que cabe aquí es: ¿es válido ver en la primera página de los diarios y noticiarios ese regocijo por el morbo irrestricto de presentar jóvenes descabezados, candidatos ejecutados, políticos levantados, sin voltear a ver la cara de la población civil?
Pero la cara de la población civil muestra incluso menos azoro que con un estreno de una nueva película. Los muertos ya no son noticia; ya no venden, a menos que se trate de un famoso. Pero los medios saben que se tiene que cuidar y que tienen que cuidar a su "staff" o a su "redacción", palabras que ahora son el nombre y apellido de los reporteros que firman las notas sobre narcotráfico y terrorismo.
La "ceguera de taller" nos ha alcanzado.
Ante la desaceleración del ánimo nacional, retumba en el inconciente la permanente referencia a la ceguera de taller, ese terminajo acuñado para definir todo aquello de lo que estamos rodeados y que ya no miramos porque es parte del paisaje cotidiano.
Esta ceguera de taller, esta autoindulgencia que abarrota la estantería de los comentarios más a la mano sobre política nacional enferma al más plantado.
(Nota al pie de página que decidió invadir el texto: La idea inicial de esta publicación era, principalmente, comenzar a escribir sobre música, cine, algo de ocio y negocio, pero es imposible abstraerse a una realidad social inobjetablemente evidente y que escupe a la cara la necesidad ética de abordarlo).
La ingobernabilidad no es tampoco un lugar común. Eso nos lo han hecho saber los medios de comunicación, que por estar el término tan sobado y repasado por las diversas aguas de la opinión termina por diluirse en el océano de adjetivos que actualmente pueblan la deleznable política informativa de nuestro país y la súmamente pobre calidad periódistica con rigor que la situación requiere.
Como "pornografía de la pobreza" calificaba el lunes pasado Bob Geldof -a la sazón artífice del esfuerzo que en 1984 comenzó con una canción (Do they know it's christmas) para terminar conviriténdose en un movimiento de carácter mundial símbolo de una generación- la irresponsabilidad de aquellos medios que se vanaglorian de retrarar en sus primeras páginas los estragos de pueblos olvidados por las civilizaciones con el único fin de vender más ejemplares, en la charla que sostuviera en el Lunario del Auditorio Nacioal con José Areán.
Podría darse en llamar en nuestro caso la "pornografía del asesinato y ajusticiamiento"? Es probable.
Todos recordamos aquel atentado contra las torres gemelas del WTC, que acabó con los símbolos que sintetizaban el predominio mundial del modelo económico y social de Estados Unidos, y la consecuente cara de estupefacción de su presidente en turno, George W. Bush cuando, en una reunión con estudiantes de primaria -donde él era el más atrasado sin duda alguna- le avisaron que un avión se había estrellado contra las torres gemelas.
Nadie duda de la (in)capacidad de Bush -ni si quiera los norteamiericanos- para enfrentar estos asuntos y las subsecuentes versiones de aquellos aviones que se habían estrellado en el Pentágono y en Filadelfia y de los cuales no vimos fotorafías, pero que desataron de nuevo una larga lista de teorías de la conspiración dignas de Mulder y Scully para X-Files.
Pero un acierto es inobjetable y admirable en la sociedad norteamericana: el consenso sobre el no mostrar muertos en pantalla o fotografías. No se trató de una imposición gubernamental; fue un acuerdo intermediático que buscó (y logró) proteger a una población para no arrebatarle el sentido de la dignidad y su propia capacidad de asombro.
La caía de las torres era ya de por sí un sacudimiento lo suficientemente trágico como para aderezarlo aún más con escenas de decenas de muertos.
La pregunta que cabe aquí es: ¿es válido ver en la primera página de los diarios y noticiarios ese regocijo por el morbo irrestricto de presentar jóvenes descabezados, candidatos ejecutados, políticos levantados, sin voltear a ver la cara de la población civil?
Pero la cara de la población civil muestra incluso menos azoro que con un estreno de una nueva película. Los muertos ya no son noticia; ya no venden, a menos que se trate de un famoso. Pero los medios saben que se tiene que cuidar y que tienen que cuidar a su "staff" o a su "redacción", palabras que ahora son el nombre y apellido de los reporteros que firman las notas sobre narcotráfico y terrorismo.
La "ceguera de taller" nos ha alcanzado.
domingo, 11 de julio de 2010
La nueva pieza.
Nace Sextante Azul, a la una con veinticinco minutos del día domingo 11 de julio de 2010, con el único propósito de dar cabida a todo aquello que se genere en el mundo de las ideas, pero que previamente haya pasado por el razonamiento de la inconciencia, por la sabiduría de la locura y por la necedad de la incordura.
Bienvenidos todos y a pasar lista de los acontecimientos que de verdad mueven fuera de la engañosa vereda de la costumbre diaria de circular sin sentido por la vida.
Una cita para comenzar:
"Vengo de esa región donde el sol de verano vive lento, alumbra poco y no calienta nada."
Jack Pantanos.
Bienvenidos todos y a pasar lista de los acontecimientos que de verdad mueven fuera de la engañosa vereda de la costumbre diaria de circular sin sentido por la vida.
Una cita para comenzar:
"Vengo de esa región donde el sol de verano vive lento, alumbra poco y no calienta nada."
Jack Pantanos.
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