domingo, 25 de julio de 2010

Cuando la ceguera de taller nos alcance

Ante la desaceleración del ánimo nacional, retumba en el inconciente la permanente referencia a la ceguera de taller, ese terminajo acuñado para definir todo aquello de lo que estamos rodeados y que ya no miramos porque es parte del paisaje cotidiano.
Esta ceguera de taller, esta autoindulgencia que abarrota la estantería de los comentarios más a la mano sobre política nacional enferma al más plantado.

(Nota al pie de página que decidió invadir el texto: La idea inicial de esta publicación era, principalmente, comenzar a escribir sobre música, cine, algo de ocio y negocio, pero es imposible abstraerse a una realidad social inobjetablemente evidente y que escupe a la cara la necesidad ética de abordarlo).

La ingobernabilidad no es tampoco un lugar común. Eso nos lo han hecho saber los medios de comunicación, que por estar el término tan sobado y repasado por las diversas aguas de la opinión termina por diluirse en el océano de adjetivos que actualmente pueblan la deleznable política informativa de nuestro país y la súmamente pobre calidad periódistica con rigor que la situación requiere.

Como "pornografía de la pobreza" calificaba el lunes pasado Bob Geldof -a la sazón artífice del esfuerzo que en 1984 comenzó con una canción (Do they know it's christmas) para terminar conviriténdose en un movimiento de carácter mundial símbolo de una generación- la irresponsabilidad de aquellos medios que se vanaglorian de retrarar en sus primeras páginas los estragos de pueblos olvidados por las civilizaciones con el único fin de vender más ejemplares, en la charla que sostuviera en el Lunario del Auditorio Nacioal con José Areán.

Podría darse en llamar en nuestro caso la "pornografía del asesinato y ajusticiamiento"? Es probable.

Todos recordamos aquel atentado contra las torres gemelas del WTC, que acabó con los símbolos que sintetizaban el predominio mundial del modelo económico y social de Estados Unidos, y la consecuente cara de estupefacción de su presidente en turno, George W. Bush cuando, en una reunión con estudiantes de primaria -donde él era el más atrasado sin duda alguna- le avisaron que un avión se había estrellado contra las torres gemelas.

Nadie duda de la (in)capacidad de Bush -ni si quiera los norteamiericanos- para enfrentar estos asuntos y las subsecuentes versiones de aquellos aviones que se habían estrellado en el Pentágono y en Filadelfia y de los cuales no vimos fotorafías, pero que desataron de nuevo una larga lista de teorías de la conspiración dignas de Mulder y Scully para X-Files.

Pero un acierto es inobjetable y admirable en la sociedad norteamericana: el consenso sobre el no mostrar muertos en pantalla o fotografías. No se trató de una imposición gubernamental; fue un acuerdo intermediático que buscó (y logró) proteger a una población para no arrebatarle el sentido de la dignidad y su propia capacidad de asombro.

La caía de las torres era ya de por sí un sacudimiento lo suficientemente trágico como para aderezarlo aún más con escenas de decenas de muertos.

La pregunta que cabe aquí es: ¿es válido ver en la primera página de los diarios y noticiarios ese regocijo por el morbo irrestricto de presentar jóvenes descabezados, candidatos ejecutados, políticos levantados, sin voltear a ver la cara de la población civil?

Pero la cara de la población civil muestra incluso menos azoro que con un estreno de una nueva película. Los muertos ya no son noticia; ya no venden, a menos que se trate de un famoso. Pero los medios saben que se tiene que cuidar y que tienen que cuidar a su "staff" o a su "redacción", palabras que ahora son el nombre y apellido de los reporteros que firman las notas sobre narcotráfico y terrorismo.

La "ceguera de taller" nos ha alcanzado.

1 comentario:

  1. Efectivamente mi querido Serrano, la Ceguera de Taller que tan bien describes nos ha alcanzado en todas las áreas del acontecer mexicano. No vemos, porque ya no tenemos nuevas palabras para describir una realidad que nos rebasa, que nos salpica, que nos insulta, que nos minimza, que nos hace vulnerables de manera cotidiana.

    Es terrible, frustrante y desesperante escuchar los lugares comunes que acompañan la explicación de los hechos, adentro o fuera de los medios de comunicación. Quisiera poder subir o bajar el volumen de esas voces que no contribuyen más que a la confusión y al sinsentido de esta realidad.

    Me pregunto, también, (preguntas,siempre odiosas preguntas) si parte de esa ceguera no será un mecanismo elemental de supervivencia para poder seguir respirando, viviendo y transitando por la vida de estas calles y de este mundo que amenaza con despojarnos de nuestro ser sin razón alguna.

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