1988: Las luces del legendario estadio Camp Nou de la ciudad de León, en el estado de Guanajuato, se apagan y Carlos Santana aparece sobre el escenario. El respetable ha consumido ya buena parte del césped del recinto deportivo, a falta de todo lo que se quedó el personal de seguridad en las puertas de acceso. Es la época en que los conciertos masivos sólo podían hacerse fuera de la Ciudad de México. Black magic woman suena en los amplificadores y el estadio se ilumina con la luz de miles de encendedores y cerillos que el público enciende para acompañar la pieza. Nace una tradición.
2010. Al final del mítico concierto de The Wall en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México, Roger Waters sube al escenario y dice: "Recuerdo que la primera vez que vine hicieron ustedes algo con los celulares; los encendieron y esto se veía magnífico. ¿Lo pueden hacer de nuevo mientras tocamos la siguiente canción?". El público responde y enciende sus móviles que retratan a un Roger Waters que, a su vez, mira arrobado el espectáculo lumínico.
Desde que el apresurado desarrollo de las tecnologías de información y comunicación han hecho los celulares accesibles a la mayor parte de la población, (lo que coincide con la prohibición de fumar en los recintos), los móviles han sustituido en los conciertos a los encendedores y cerillos a la hora de las baladas. Una tradición que, según Waters, "sólo se ha visto en México".
Hasta allí, todo bien.
Pero con la aparición de los móviles con video, la experiencia ha cambiado. Ya no se encienden las cerillas y los encendedores. Ahora, como en el concierto de The Wall, son los teléfonos celulares los que tienen a su cargo esa función, pero con una característica más: la grabación en video.
Cuando los celulares con funciones para tomar y enviar fotografías inundaron el mercado, hubo artistas que satanizaron esta práctica por sentir que atentaba contra los derechos de su imagen, como Alanis Morissette. Otros como Jay-Z la aplaudieron, porque al cabo del tiempo, se convertirían en un importante vehículo promocional con cargo al usuario. Evidentemente, Jay-Z llevaba la razón.
Pero el fenómeno ha ido más allá.
Asistir a un concierto o un espectáculo en vivo es una experiencia única que no se puede comparar con escuchar un disco o ver un DVD. El público paga un boleto por tener la posibilidad de exponer todos sus sentidos a una vivencia probablemente inigualable y su atención total en el objeto de su devoción: el artista y su creación; es hacer que entren sensaciones por los poros y que el reflejo sea una descarga de energía que recorre la piel y la pone de gallina.
Pero el celular es una nueva televisión; un nuevo medio. La experiencia hoy en día de muchos asistentes a conciertos consiste en encender el móvil en la función de video para guardar para la posteridad el recuerdo de su asistencia a esta experiencia, pero lo que hacen es ver el concierto a través del monitor del aparato, olvidándose de mirar el escenario.
Cada vez es más usual ver un alto porcentaje del público haciendo algo -grabar o tomar fotografías- que en teoría, no está permitido. Pero ese es un caso más en el que la tecnología va dictando las reglas de la legislación incluso antes de que podamos reaccionar. Pero eso es motivo de otro texto.
Personalmente nunca lo he hecho, y desconozco si grabar un concierto en mi teléfono para reproducirlo después en casa podrá reactivar las emociones que me genera una presentación en vivo. Honestamente, lo dudo mucho. Proablemente el placer radica en la posibilidad de compartirlo con la comunidad vitual a través de las mútiples herramientas que dan acceso a las redes sociales. Pero es claro que hay gente a la que esto le llama la atención y debe existir algún truco que aún no he descubierto.
2010. Al final del mítico concierto de The Wall en el Palacio de los Deportes de la Ciudad de México, Roger Waters sube al escenario y dice: "Recuerdo que la primera vez que vine hicieron ustedes algo con los celulares; los encendieron y esto se veía magnífico. ¿Lo pueden hacer de nuevo mientras tocamos la siguiente canción?". El público responde y enciende sus móviles que retratan a un Roger Waters que, a su vez, mira arrobado el espectáculo lumínico.
Desde que el apresurado desarrollo de las tecnologías de información y comunicación han hecho los celulares accesibles a la mayor parte de la población, (lo que coincide con la prohibición de fumar en los recintos), los móviles han sustituido en los conciertos a los encendedores y cerillos a la hora de las baladas. Una tradición que, según Waters, "sólo se ha visto en México".
Hasta allí, todo bien.
Pero con la aparición de los móviles con video, la experiencia ha cambiado. Ya no se encienden las cerillas y los encendedores. Ahora, como en el concierto de The Wall, son los teléfonos celulares los que tienen a su cargo esa función, pero con una característica más: la grabación en video.
Cuando los celulares con funciones para tomar y enviar fotografías inundaron el mercado, hubo artistas que satanizaron esta práctica por sentir que atentaba contra los derechos de su imagen, como Alanis Morissette. Otros como Jay-Z la aplaudieron, porque al cabo del tiempo, se convertirían en un importante vehículo promocional con cargo al usuario. Evidentemente, Jay-Z llevaba la razón.
Pero el fenómeno ha ido más allá.
Asistir a un concierto o un espectáculo en vivo es una experiencia única que no se puede comparar con escuchar un disco o ver un DVD. El público paga un boleto por tener la posibilidad de exponer todos sus sentidos a una vivencia probablemente inigualable y su atención total en el objeto de su devoción: el artista y su creación; es hacer que entren sensaciones por los poros y que el reflejo sea una descarga de energía que recorre la piel y la pone de gallina.
Pero el celular es una nueva televisión; un nuevo medio. La experiencia hoy en día de muchos asistentes a conciertos consiste en encender el móvil en la función de video para guardar para la posteridad el recuerdo de su asistencia a esta experiencia, pero lo que hacen es ver el concierto a través del monitor del aparato, olvidándose de mirar el escenario.
Cada vez es más usual ver un alto porcentaje del público haciendo algo -grabar o tomar fotografías- que en teoría, no está permitido. Pero ese es un caso más en el que la tecnología va dictando las reglas de la legislación incluso antes de que podamos reaccionar. Pero eso es motivo de otro texto.
Personalmente nunca lo he hecho, y desconozco si grabar un concierto en mi teléfono para reproducirlo después en casa podrá reactivar las emociones que me genera una presentación en vivo. Honestamente, lo dudo mucho. Proablemente el placer radica en la posibilidad de compartirlo con la comunidad vitual a través de las mútiples herramientas que dan acceso a las redes sociales. Pero es claro que hay gente a la que esto le llama la atención y debe existir algún truco que aún no he descubierto.
Mientras eso sucede, seguiré viendo cómo una parte importante de la gente asiste ahora a los conciertos en vivo a través del view finder de sus celulares.
Habrá que experimentar.
Habrá que experimentar.