Aparece por el costado izquierdo del escenario. Con paso rápido consume los escasos 20 metros que separan la puerta de la pequeña plataforma colocada en el proscenio, a la que llega casi sin aliento. Es el director y ansía llevar la primera ofensiva en un nuevo duelo en el que se batirá esta noche, la 9ª Sinfonía de uno de los leviatanes de la música de concierto: Gustav Mahler.
La bestia fue procreada entre 1909 y 1910 y el reto, además de domar a una orquesta de 120 músicos dispuestos a jugarse la salud mental, es una sala abarrotada hasta la última butaca. El Walt Disney Concert Hall recibe a Gustavo Dudamel para dirigir el ataque a Mahler, al frente de la artillería compuesta por la Orquesta Filarmónica de Los Angeles. La ecuación no puede ser más compleja si se le añade la variable que representa la expectativa de un público escéptico en tanto las verdaderas cualidades de este joven venezolano de apenas 30 años, a quien se le ha dado la encomienda de ser el director titular de una de las orquestas de mayor tradición en Estados Unidos.
No hay atril ni partitura. Armado sólo de una batuta de empuñadura blanca, arremete con los ojos cerrados contra los compases de la que fuera una de las últimas composiciones de Mahler, escrita desde del dolor y con el sempiterno olor a muerte que predominó durante los últimos años de su vida. Pero hay que domar a la bestia por partes.
Dudamel navega el océano de corcheas arrastrando la laguindez de los cornos por toda la sala, fundiéndolos sobre las aparentemente endebles melodías de las cuerdas y dos casi tímidas pero imprescindibles arpas, cuya aparción responde precisamente a los discretos momentos decisivos de esta composición, que va cediendo de a poco al encanto hipnótico de quien agita esa pequeña pieza de madera para domarle por completo, seduciéndola hasta hacerle echarse en su regazo.
En contraste con la inicial premura, los cuatro movimientos transcurren pausados y en el sepulcral silencio con el que comulgan los que pertenecen a la cofradía de Mahler, y más recientemente, a la de Dudamel. Así. En este estricto orden.
La 9a Sinfonía de Gustav Mahler nunca fue escuchada en una ejecución completa por su creador; Dudamel se encarga de hacérnoslo saber a través de su poco ortodoxa forma de conducción, que algunos calificarían incluso de histriónica en extremo. Sin embargo, se rinde a la creación al acariciarla sin soslayar un solo silencio ni una nota, cuyo mapa mental lleva tatuado, línea por línea y compás por compás.
Todo termina en un momento sin tiempo, con la batuta sostenida eternamente en el último compás de la sinfonía y con una orquesta casi en silencio, para bajar un extenuado brazo que da la señal para que estalle una ovación de más de diez minutos que los feligreses allí reunidos le rinden a quien acaba de someter por completo a la bestia.
Walt Disney podrá estar orgulloso; el encuentro de dos grandes, separados por más de un siglo de distancia, tiene lugar bajo el techo de una de las mejores salas de concierto que lleva el nombre de quien diera vida a otro icono de nuestra cultura que también tuvo a su cargo la coducción de una orquesta durante la película "Fantasía", pésele a quien le pese: Mickey Mouse.