lunes, 6 de febrero de 2012

Fátima y Rosana.

Fátima tiene 7 años. Vestida totalmente de violeta, su color favorito, escudriña con recelo a los adultos que la rodean. El gran espejo con lámparas que está a su lado y una fotografía monumental de cuatro jóvenes tontos en una guerra de almohadas sobre la cama de una habitación de hotel no le intimidan; le interesa poco saber que "los que se comportan como niños" son los Beatles.

Habla poco y claro y se mantiene erguida; hace esfuerzos por detener en su lugar el pequeño gorro púrpura que le cubre la cabeza. "Los tenis también son morados"- dice, cuando un daltónico los confunde con azules. Es de noche, casi las nueve, y está cansada, pero aún así tiene fuerza para cantar completa "A fuego lento".

La autora de la pieza se le acerca y le da un beso grande y sonoro que no la sonroja. 

Han quedado para comer pizza al día siguiente y pasar la tarde juntas, una vez que Fátima pueda descansar, y si se siente bien, asistir al segundo concierto de Rosana en el Lunario. Ha sido un día largo para ella.

La noche anterior, la madre de Fátima deslizó una pequeña nota escrita en un portavasos hasta el camerino de Rosana Arbelo, durante la primera presentación que tuvo en Lunario de la Ciudad de México, apenas en enero pasado. En ella comentaba que Fátima se sabía de memoria todas sus canciones y que deseaba conocerla. La española oriunda de Lanzarote, accedió de buena gana. 

El encuentro tuvo lugar en el camerino del recinto la noche siguiente, y Fátima tuvo la oportunidad de corregir a Rosana: "Así no va esa canción" -le dice a la canaria cuando ésta se equivoca en el pequeño recital privado que le prepara a la niña en el camerino. "¡Discúlpame! ¡Hace mucho que no canto esa canción!" -dice Rosana a la niña con cáncer que ha querido concerla. "No importa -dice ella- tú la escribiste y deberías de saberla. Yo no la escribí y me la sé", dice Fátima lapidaria, acostumbrada ya a no tener miedo a nada.

La niña se incorpora tan rápido como la quimioterapia de ese día le permite, y se acomoda el gorro sobre la cabeza sin pelo. Va de salida y sólo piensa en una cosa que externa contundente, mientras se acurruca en los brazos de su madre: "Mañana nos vemos y comeremos pizza, y espero que te aprendas mejor tus canciones. Ahora me quiero ir a dormir".

El día siguiente, Fátima lo pasó cantando y comiendo pizza.







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